El trenecito feliz

“Gracias por comprar con nosotros”, dice el anuncio en un cartel publicitario. De fondo, suena una canción optimista que proviene de un juego mecánico de peluches y un trenecito, de esos que por pericia extraes 1 de 1000 si echas una moneda. Mientras tanto, hago fila para entrar al banco. Estando aquí, en este mismo instante, viene un terrible pensamiento a mi cabeza: “Ya no nos ven como personas, sino como cifras y estadísticas en un inmenso horizonte de deuda per cápita. Carnada, pues, para los grandes tiburones”. Luego, la voz de un señor de unos setenta años se hace sentir: “Oiga, por qué se tardan tanto en atender. Fueron a comer o qué, siempre es lo mismo con ustedes. Ah, pero para cobrar son muy buenos, ya ni la chingan”, le dice a un trabajador del banco. En medio de todo esto, gente pasa por el corredor del centro comercial: se les dice “Godínez”; traen su lonche, unos van callados, ausentes, otros, en cambio, felices. Es viernes, hay un brillo en sus ojos, se parece a la víspera de una fiesta. La música feliz del trenecito sigue sonando.

Luego de quince minutos de espera, paso a caja. Me atiende una muchacha. Le digo: “Vengo a hacer un pago”. Distraída, me dice: “¿Qué, perdón?”. Repito. Rápido me atiende… y en cuanto saco los billetes siento que un ser invisible y monstruoso me roba, alguien que desconozco y que siempre se enriquece con el dinero de la gente, un usurero, pues, de intereses.

Salgo del banco, la file se extiende unos diez metros. “Todos ellos también son cifras”, pienso. “No, son personas… ah, no, son cifras”. Vuelvo a oír la música optimista del trenecito. Una madre y su niño se detienen frente al juego. No la veo, esto solo lo escucho ahora, pero saca unas monedas y las pone en el orificio. Se oyen caer tres. Ahí van unos pesos, pero también la felicidad de un niño. ¿Me explico? Para un adulto no es así, las monedas en el banco no compran felicidad, al contrario. Cada quien sabe para qué le da su destino.

Y ahora yo me siento en una banca aquí mismo en el centro comercial. Miro pasar a la gente, miro pasar el tiempo. Me empieza a dar hambre, es ya momento de irme y “ser feliz” con cinco panes y dos peces. Y ya no me preocuparé si soy cifra para ellos, al cabo harán lo que quieran, “así funciona el mundo”, puede decir una persona pragmática. Sí, es cierto, pero no con las dignidades.

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