La escuela del sueño

Para comenzar con fuerza, el escritor no es sólo una persona, es un creador y no me refiero a una divinidad porque desde luego eso es una falacia. Para seguir con esta circunstancia, usaré como vindicación un ejemplo que proviene del topos uranus.

Un escenario pequeño es un teatro dentro de un salón bar. Hay un telón rojinegro con luces que parpadean. Los meseros atienden con perfecta sincronía: sus movimientos tienen la química de los fantasmas. Fau Lulú y Quique Huayhott (los personajes) platican en sobremesa algunos chistes que se les ocurren. “Jav, si el no veros del no soporto es un acertijo, ¿fufurufo forofismo fue un futuro que no fue fumado?”.

Entran tres mujeres cuyas cabezas tiene un solo ojo. Son discípulas de Lesbos. Comienzan a cantar piezas musicales en una rockola que emite videos a través de YouTube. Suena: “Costumbres”. Se adelanta la escena y ahora notamos que una de las mujeres se ha puesto un vestido de noche con lentejuelas moradas. La luz cerúlea de neón ilumina la escena. Otros hombres entran al bar y piden cerveza. Uno de ellos está emocionado porque escucha la enigmática voz de una de las mujeres, que ahora canta una canción de Rafael. Ninguno de los presentes escapa a esa realidad.

Ahora, una puerta emerge detrás del escenario. Todos decidimos irnos y abrirla. Cuando lo hacemos, estamos en nuestros cerebros y cada uno ve cómo sus neuronas viajan a través del tiempo y el espacio. Ellas se conectan con otra y están hablando un lenguaje no entendible. Agitadas, desarrollan esferas existenciales que jamás imaginamos. Navegan por sendas que no advertimos en la realidad pero ahí perviven porque están almacenadas en nuestra memoria…

Borges dijo en su cuento El jardín de senderos que se bifurcan: “El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros”. Cuando lo leí por vez primera imaginé un abismo. En su fondo había un inmenso valle que comunicaba a otros caminos a través de puertas. Quizá esta sugerencia de “imagina” -que hice al principio de la publicación- proviene de aquella instancia. La memoria nos provoca seguir aumentando nuestras percepciones.

Para este propósito, cito al gran escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio:

La verdad de la literatura no tiene nada que ver con la política, la propaganda o el interés comercial. Es una verdad que puede ser áspera como el mundo que describe Rulfo, profético como Andre Maurois, sórdida como en la obra de Jean Paul Sartre, apasionada como en las obras de Dostoyevsky. Gracias a la literatura podemos entrar en un alma ajena*.

La ficción siempre ha de ser para el escritor una herramienta útil en donde, es preciso decirlo, hay almas ajenas que después pueden ser amigas.

Y así puede seguir la ficción, porque está construyéndose como nuestra extraña realidad.

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*Cita extraída de un reportaje escrito por Nohé Portes cuando el escritor visitó la ciudad de Monterrey el 12 de marzo del 2015, a las 19:00 horas en el Colegio Civil, dentro del marco de la feria del libro UANLeer. Dicho reportaje se publicó en la Revista digital La Llave (hoy ya extinta).

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